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Buen cine para airear los trapos sucios propios

Por | 28 marzo 2006 | Comentar

Imagen de Buenas noches y buena suerte (2005, George Clooney).

Cuando se trata de filmar escándalos políticos o económicos de su propio país, los norteamericanos lo suelen hacer bastante bien. Con precisión y sin remilgos en la crítica. Este año lo han vuelto a demostrar con Syriana, de la que ya escribí hace unos días, y con Buenas noches y buena suerte, que al fin pude ver después de haber llegado con una lamentable demora a capitales pequeñas como Jaén. Esta criatura de la revelación cinematográfica de este año, el Clooney director/actor comprometido (también actúa en Syriana y la produce), no trata de emocionar ni conmover. No hará brotar esa lagrimilla que sí consiguen deslizar notables cintas de vertiente más dramática. Pero al espectador despierto e interesado en amueblar su cabeza le ofrecerá alguna que otra idea para la reflexión. Por supuesto, los periodistas deberíamos darnos por aludidos en ella, pues su mensaje no sólo no pierde vigencia, sino que la acrecienta en los tiempos actuales. La película se inicia con un discurso de 1958 de Edward R. Murrow en la convención de la Asociación de Directores de Informativos para Radio y Televisión. En él, Murrow conmina a sus compañeros a no perder el valor de la televisión como medio informativo y les insta a que no la circunscriban a un simple aparato de entretenimiento en el que la importancia de la publicidad y las audiencias masivas relegan el contenido noticioso. Imaginaos qué pensaría Murrow de la deriva actual de la televisión, y en general de la basta industria mediática, más preocupada por liderar audiencias, y comerse así el trozo más grande del pastel publicitario, que en ejercer el periodismo con rigor.
Pero también es un sagaz alegato a favor la libertad de expresión y del resto de libertades civiles. Y su correlato con estos tiempos de furor guerrillero contra el terror es obvio: el poder no es tonto y sabe aprovechar estas coyunturas para ganar en atribuciones propias y restarle libertades al pueblo. La caza de brujas del senador McCarthy quebraba el principio del librepensamiento político esencial en toda democracia. Y en la actualidad, los políticos ya han aprovechado la situación para “ir más allá de unas medidas de seguridad legítimas”, según cometa en este artículo Reed Brody, director adjunto de Human Rights Watch.

Tres ejemplos recientes de cine yankee autocrítico

JFK (Caso abierto). Excepcional película de Oliver Stone --un habitual entre los directores dedicados a revisar espinosos asuntos internos del país-- sobre el asesinato de John Fitzgerald Kennedy. La película sugiere varias hipótesis conspiratorias en torno al asesinato del presidente Kennedy y sostiene que la trama se encubrió a través de un cabeza de turco: Lee Harvey Oswald, ex marine y ex comunista. El reparto de la cinta está a la altura de su calidad: Kevin Costner, Tommy Lee Jones, Kevin Bacon, Gary Oldman, Jack Lemmon, Walter Matthau y Joe Pesci, entre otros. Casi nada al aparato.

La cortina de humo. Película de escasa calidad y que pasó más bien desapercibida, pero que planteaba una historia muy relacionada con la actualidad reciente. Su sinopsis es bastante elocuente al respecto: “Tras ser pillado in fraganti en una situación escandalosa días antes de su reelección, el presidente de los Estados Unidos cree llegado el momento de crear una guerra que distraiga a la prensa de su affair. Uno de sus consejeros contacta con un productor de Hollywood para inventar una guerra en Albania que el presidente pueda terminar heroicamente delante de todas las televisiones”. Obviamente, se alude al asuntillo que se traían entre manos en el despacho oval la señorita Lewinsky y el ex presidente Clinton, a quien le quisieron abrir un proceso de impeachment (especie de moción de censura) por su desliz.

Nixon. Otra del citado Stone. Película densa, a veces hasta difícil de seguir, pero de gran interés por el perfil trazado en ella, ya no sólo político, sino también psicológico, sobre este polémico presidente americano. Su permanente angustia por verse como un segundón al lado de la triunfante familia Kennedy, a la que envidiaba con maldad, le influyó a la hora de tomar decisiones políticas. Lleno de traumas e inseguridades, terminaría por abandonar la Casa Blanca cuando el Watergate le reventó durante el inicio de su segundo mandato. La magnífica interpretación de Anthony Hopkins se vio recompensada con una nominación al Oscar.
Os dejo con:
  • Y el trailer de Syriana.

[+] Crítica de Syriana