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¿Por qué nos gustan los frikis?

Por | 24 febrero 2008 | Comentar

Música de fondo: BSO - Little Miss Sunshine - How it ends (2006)

No sólo los héroes cuentan con poder de empatía. Como el cine demuestra con cierta regularidad, otros personajes menos convencionales o, si se prefiere, más originales, pueden contar con un atractivo mayor. Comúnmente asociados a reduccionistas calificativos, como los de 'perro verde' u 'oveja negra', estos caracteres suelen distinguirse por vivir ajenos a las modulables normas sociales o al arbitrario sentido común. Son personas absolutamente independientes en su toma de decisiones cotidiana, el que dirán para ellos es una simple brisa que ni el flequillo les mueve y viven apasionadamente sus aficiones y distracciones.

Su aparentes transgresiones no buscan provocar a quienes sí siguen dictados. No tratan de autoafirmarse por la vía de la rebelión social: un personaje tan obvio no promovería con tanto éxito la identificación del espectador. Su encanto reside en la normalidad con que viven lo que a los ojos de la mayoría son rarezas o frikadas. Esa mezcla de autonomía y criterio propio es lo que nos gusta de ellos, al margen de que nos puedan atraer también algunas de sus particulares aficiones o de que compartamos sus originales puntos de vista.

Estas criaturas cinematográficas sobresalen por su independencia y su origen no podía dimanar de otro lugar que no fuera el de la modesta, aunque fecunda, industria del cine independiente. Los filmes producidos desde estos ámbitos alternativos vienen ampliando su público gracias el periódico éxito anual de dos o tres cintas nacidas al socaire del puñado de productoras indies. Sus repartos también suelen resultar distintos, pues, aunque se pueda 'colar' algún nombre típico del star system, en ellos se valora más el talento asociado a su idoneidad para el papel que el peso del rutilante nombre de turno en los títulos de crédito.

Probablemente, los frikis también nos gusten porque casi todos compartimos alguna rareza con ellos y anhelamos vivir absortos en cualquiera de nuestras frikadas. Como, por ejemplo, escribir un blog.
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Los Coen vuelven al lugar del crimen

Por | 10 febrero 2008 | Comentar


Ironías cinematográficas: Tommy Lee Jones, otrora el implacable policía perseguidor del inocente Richard Kinball en El fugitivo, ejerce en No es país para viejos de un sheriff en retirada por haber perdido toda fe en el sentido de su trabajo durante el caso relatado en el filme. Un hombre que presenciará una despiadada carnicería a manos de otro que mata con la cotidianeidad de un cartero repartiendo el correo. Un hombre, este sheriff Bell, al que ya no le merece la pena jugarse la vida por algo que escapa a su comprensión. El rol del héroe en esta cinta de los Coen no tiene cabida.


Título: No es país para viejos (No country for old men)
Dirección: Ethan Coen y Joel Coen.
País: USA.
Año: 2007.
Duración: 122 min.
Género: Drama, thriller.
Interpretación: Tommy Lee Jones (sheriff Bell), Javier Bardem (Anton Chigurh), Josh Brolin (Llewelyn Moss), Woody Harrelson (Carson Wells), Garrett Dillahunt (agente Wendell), Kelly Macdonald (Carla Jean Moss), Tess Harper (Loretta Bell).
Guión: Joel Coen y Ethan Coen; basado en la novela homónima de Cormac McCarthy.
Producción: Joel Coen, Ethan Coen y Scott Rudin.
Música: Carter Burwell.
Fotografía: Roger Deakins.
Montaje: Roderick Jaynes.
Diseño de producción: Jess Gonchor.
Vestuario: Mary Zophres.
Estreno en USA: 21 Noviembre 2007.
Estreno en España: 8 Febrero 2008.
Web: www.noespaisparaviejos.es
/ En MuchoCine.net

Con la voz gastada de Bell hablando sobre el pasado mientras aparecen las laderas de las desérticas montañas donde todo ocurrirá arranca este lúgubre relato. Estructurado como una cacería, el filme emparenta de forma directa con la aclamada Fargo. Paisajes solitarios, extraños personajes, hechos cotidianos brutalmente interrumpidos por actos de violencia que cortan la respiración se suceden a un lento ritmo idóneo para describir minuciosamente cada acción. La épica westeriana aparece ya como una idea en vías de extinción y, en este baño de sangre, sólo queda espacio para el sálvese quien pueda.

En este retrato de claroscuros, sólo parece comportarse con coherencia el psicópata de la función. Su trabajo es matar y cuando promete a alguien que lo va a hacer, no duda en cumplir su palabra inflexiblemente. El único resquicio para la salvación está en el azar del cara o cruz de una moneda impuesto a la víctima. "Todos me dicen antes de matarles que no tengo por qué hacerlo", replica a una de sus víctimas el 'coherente' psicópata Anton Chigurh, quien no se aparta un ápice de sus férreos compromisos, por salvajes que éstos sean, mientras sus adversarios se desmoronan por el innato instinto de supervivencia.

No es país para viejos deja a una lado la ligereza de trabajos previos de los Coen (The Ladykillers, Crueldad intolerable) devolviéndoles a su papel de sociólogos de la Norteamérica más profunda. Y para su mirada con microscopio de la zona sur de EE UU colindante con México han elegido a un reparto de lo más idóneo: empezando por Lee Jones, quien es originario de allí y debutó en la dirección con una gran cinta incardinada en esos mismos páramos; continuando por Javier Bardem, quien asume un papel clave en todo el filme con un trabajo merecedor de cuantos premios le han otorgado y le puedan otorgar; y siguiendo por Josh Brolin, en un personaje muy típico de los Coen, el del ingenuo que cree haber encontrado una oportunidad de oro sin reparar en que ésta, como si de un bumerán se tratase, puede arruinarle aún más su mediocre existencia.

Todo este fenomenal trabajo actoral se ve respaldado por la perfección de una añeja fotografía o una concisa banda sonora, así como por un montaje de ritmo lento en el que sólo la violencia seca interrumpe la calma tensa presente en todo el metraje de este gran filme.