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Why so serious?

Por | 11 enero 2009 | Comentar


Siempre me quedará una duda tras la prematura muerte de Heath Ledger. ¿Hasta dónde podría haber llegado este joven intérprete de prometedor futuro?; ¿el próximo Brando?, ¿cogería él, junto a otros talentosos compañeros de generación, el relevo de iconos como Pacino o De Niro? Estas dudas se hacen aún mas pertinentes si se repasa el soberbio último trabajo del malogrado actor australiano. Me impresionó en la pantalla grande y, en una segunda revisión a la magnífica cinta de Nolan, he podido apreciar muchos otros detalles de su exhaustiva composición del Joker. De hecho, y aunque The Dark Night ofrece por sí misma sólidos argumentos de excelente película, su grandeza no habría sido tal sin la arrolladora presencia de Ledger. Ser el Joker, uno de los villanos comiqueros más emblemáticos, supuso para Ledger un gran reto tras el espléndido precedente sentado por Nicholson. Pero Ledger no tomó a éste como referente. Las películas de Burton y Nolan adaptan historietas distintas, y sus estilo y estética separan mucho a una cinta de la otra. El Joker de Ledger aterra más, parece más despiadado y su impresivible maldad no precisa de justificación vengativa como el de Nicholson. Disfruta sembrando el caos, pero no se nos explica su motivación. Si acaso sólo una: la de demostrar que todos escondemos un lado oscuro capaz de aflorar cuando se pulsan las teclas adecuadas.

A Batman/Bale casi lo logra despeñar por la deriva del mal en la excelente secuencia del interrogatorio. El que no lo logre, y el que Batman se autoinmole para dejar limpio el nombre del fiscal Harvey Dent, constituirá el acto más heroico del protagonista.
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El intercambio

Por | 04 enero 2009 | Comentar


Directo, sin alardes, honesto

Su poder narrativo dimana de un estilo ya identificable con el de uno de los más valiosos directores del cine norteamericano de la última décadaMystic River comienza narrando el origen de los traumas del personaje de Tim Robbins, raptado de niño cuando jugaba en el barrio. En El intercambio, partiendo de un suceso real ocurrido en Los Ángeles en 1928, Eastwood vuelve a adentrarse en un escalofriante relato con niños como víctimas. Y lo hace con una narrativa concisa, describiendo sus personajes al margen del tópico y sin trampear la trama en haras de la sensiblería efectista. Pareciera como si su economía de gestos como interpréte la hubiera sabido traducir en una realización sobria, clásica la llaman algunos, en la que todas sus decisiones están al servicio del filme, desde la elección del reparto hasta la fotografía o la música que el propio Eastwood compone para 'acunar' las imágenes.