Esta película de Terrence Malick, cuarta en su carrera como director, tiene un punto hipnótico y de embelesamiento que, si no te atrapa desde el principio, puede convertir su visionado en insufrible. Pudiera parecer que, a veces, antepone la estética de las escenas a la narración de la historia, pero su relato aborda temas de una indudable carga de profundidad. Entre ellos, la pérdida de la inocencia del hombre como ser social o la verdadera importancia del amor sobre el resto de cosas para alcanzar una vida plena. Ambientada en la época de las expediciones de colonos al Nuevo Mundo, el filme relata la historia de amor entre la indígena Pocahontas (la debutante Q'Orianka Kilcher) y el capitán británico John Smith (Colin Farrell). Ambos, pese a pertenecer no ya a mundo distintos, sino también enfrentados, quedarán profundamente enamorados el uno del otro. Y durante gran parte del metraje, hasta la marcha de Smith hacia un nuevo destino y el posterior viaje de Pocahontas a Londres, la película se desarrolla a un lento ritmo preciso para explicar el profundo amor de ambos y, al mismo tiempo, detallar el brutal choque social que debió suponer el encuentro entre esas dos comunidades de seres humanos tan diferentes y distantes. Durante todo el filme, los protagonistas, entre quienes se debe incluir hacia la segunda mitad del relato a John Rolfe (Christian Bale), hacen apreciaciones a través de la narración en off sobre cómo sienten estas novedosas etapas de sus vidas. Smith, hastiado de sí mismo y de un mundo de envidias, iras e injusticias, ve en el hallazgo de estas tierras vírgenes la oportunidad para un nuevo comienzo ajeno a la contaminación de su mundo, sin esa malicia tan incardinada en la sociedad de la que procedía. Cuando analiza la vida en sociedad de los indígenas, sueña con la creación de un orden nuevo, y verdaderamente justo, partiendo de cero. Pero su condición de militar con responsabilidades le hará regresar a la realidad. A su vez, Pocahontas queda también extrañamente prendada de este hombre del que no sabe nada y con quien ni siquiera puede comunicarse al principio.
El Nuevo Mundo también se separa de otras cintas sobre el asunto de las colonias por su atractiva estética. Ningún plano parece dejado al azar y la ambientación, tanto por las localizaciones como por el atrezzo de los personajes y escenarios, ofrece un verismo magistral. También se hace un uso acertado de la música, tanto la original compuesta por James Horner como la pieza de piano de Mozart usada reiteradamente en los momentos románticos. En cualquier caso, quien se acerque a una sala con la preconcebida idea de ver una cinta de acción al estilo El último Mohicano mejor se abstenga de pagar la entrada. Pues el propósito de este trabajo es otro muy distinto. A mí me ha gustado, pero entiendo que a muchos pueda no gustarles.
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