Animado por este comentario de Antonio Toca, de BlogdeCine.com, ayer volví a ver Smoke. Y recordé algunos de los detalles que más me gustaron de la película de Paul Auster y Wayne Wang. Entre ellos, el gusto por la conversación de todos sus personajes. Los protagonistas, como ‘Auggie’, el propietario del estanco (Harvey Keitel), y el escritor Paul Benjamin (William Hurt), son grandes conversadores y grandes narradores. Saben contar historias y, durante su relato, se relamen y recrean en todo lujo de detalles. De hecho, si me preguntaran por lo que más me gusta de Smoke, no dudaría en señalar a sus pausados diálogos. Y en ellos, cuando uno se introduce en la película y se hace copartícipe de los mismos, es imposible aburrirse porque abordan asuntos cotidianos de sus vidas sin prisas, escuchando al interlocutor para compartir una pena o para degustar una buena historia. Me hizo pensar que, a veces, descuidamos este agradable hábito, o no acudimos a él con la frecuencia debida. ¿Paradojas de este mundo tan interconectado? Charlar y escuchar a un amigo, “despacio”, como le recomienda Auggie a Benjamin que contemple la “crónica” fotográfica de su rincón, es una de mis distracciones favoritas, amén del cine.
Cita Antonio en su artículo una columna de Elvira Lindo. La escritora alude a su casual encuentro con la cafetería de Brooklyn donde se rodó la escena final de Smoke, aquella en la que Auggie le cuenta una historia a Paul para un cuento de Navidad cuya entrega le apremia. Y recuerda un comentario de Harvey Keitel en el DVD del filme: “Esta película habla de la esquina que cada ser humano tiene en el mundo”. Y éste es otro de los asuntos que más me gustan del filme. De hecho, Auggie ejemplifica a la perfección este homenaje a esos lugares donde intentamos acomodar nuestra existencia con su “proyecto”: una serie de más de 4.000 fotografías tomadas cada día desde su esquina a las ocho del mañana. Considera este proyecto como la obra de su vida, como la crónica de su rincón, “una pequeña parte del mundo donde también suceden cosas, como en cualquier otro sitio”. Paul, un poco sorprendido al principio por tan extraño ‘hobby’, hojea por encima los álbumes y dice que “todas son iguales”. Auggie le replica: “No lo entenderás si no vas más despacio; vas muy deprisa, casi no miras las fotos (…). Todas son iguales pero cada una distinta de las otras. Tienes días nublados y días con sol; tienes luz de verano y luz de otoño; tienes días laborales y días festivos; tienes gente con abrigo y botas de agua, y tienes gente con camiseta y pantalón corto; a veces, la mismas gente, a veces, otra diferente; a veces, las personas diferentes se convierten en las mismas, y las mismas desaparecen. La Tierra gira alrededor del sol y, cada día, su luz ilumina la Tierra desde un ángulo distinto”. “Despacio, ¿no?”, le reconoce un reposado Paul mientras apura su pitillo. “Es lo que recomiendo —responde Auggie—, así es cómo es: mañana, mañana, mañana… El tiempo mantiene su ritmo”. Deliciosos diálogos como éste hacen el visionado de esta película una delicia.
En el fondo, con sus cinco minutos de dedicación a su rutina fotográfica, Auggie propone un estilo de vida pausado, lento, dándole largas caladas al día a día para saber saborear las diferencias entre uno y otro, aunque en apariencia se nos antojen monótonamente iguales.
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