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Incisiva disección de una ruptura

Por | 28 junio 2006 | Comentar


Los mimbres argumentales de The squid and the whale (Una historia de Brooklyn) podrían sonar a tópicos y propios de una ‘tv-movie’ cualquiera: un matrimonio se separa tras 18 años de relación y sus dos hijos sufrirán las consecuencias de la ruptura; ambos, desde situaciones distintas: el más pequeño está a punto de alcanzar la adolescencia y el mayor, próximo a abandonarla. Pero la película consigue trascender su sucinto relato de manera magistral apoyándose en el espléndio trabajo de todo su reparto. Y en un incisivo guión escrito con lucidez y repleto de detalles que enriquecen y dotan de complejidad a una historia contada con humor a veces y dramáticamente, otras.


Título: Una historia de Brooklyn (The squid and the whale)
Dirección y guión: Noah Baumbach.
País: USA.
Año: 2005.
Duración: 88 min.
Género: Drama, comedia.
Interpretación: Jeff Daniels (Bernard Berkman), Laura Linney (Joan Berkman), Jesse Eisenberg (Walt Berkman), Owen Kline (Frank Berkman), Anna Paquin (Lili), William Baldwin (Ivan), Halley Feiffer (Sophie), David Benger (Carl), Henry Glovinsky (Lance), Eli Gelb (Jeffrey).
Producción: Wes Anderson, Peter Newman, Charles Corwin y Clara Markowicz.
Música: Dean Wareham y Britta Phillips.
Fotografía: Robert Yeoman.
Montaje: Tim Streeto.
Diseño de producción: Anne Ross.
Vestuario: Amy Westcott.
Estreno en USA: 5 Octubre 2005.
Estreno en España: 23 Junio 2006.
Web: www.squidandthewhalemovie.com.

Bernard Berkman (Jeff Daniels), el padre de familia, atraviesa su peor momento como antiguo escritor de éxito justo en el despegue profesional de su mujer Joan (Laura Linney). Ambos son profesores universitarios, cultos y, en apariencia, muy comunicativos con sus hijos, pero la envidia de Bernard hacia su mujer y el desinterés de Joan por él conducirán a la separación de la pareja. Las inmediatas víctimas de la ruptura: la prole de ambos. El más pequeño, Frank (Owen Kline), será el que peor lo pase y el más rebelde a la hora de asumir la nueva situación. El mayor, Walt (Jesse Eisenberg), decide tomar partido en favor de su padre, del que sólo busca reconocimiento, mientras culpabiliza y desprecia a su madre.

Ni padre ni madre consiguen entender las crisis de sus hijos, ni intuir que su ejemplo no resulta de lo más instructivo. Bernard intenta convencer a Frank de que ha de conducir su vida por el gusto por la Literatura y el Cine, y evitar caer en el otro tipo de personas posibles en este mundo: los “filisteos”; pero a él, a sus doce años, le interesan más el tenis y su ilusión por ser profesional de este deporte. También, en pleno descubrimiento de su sexualidad, le llama la atención una chica de clase a la que intenta cortejar por unos extraños e indecorosos métodos. Dado su escaso éxito con el pequeño, Bernard sí consigue traer a su terreno a Walt, aunque el gusto por los libros de éste se quede en una mera pose intelectual plagiada de su padre en aras a contentarle. Joan, por su parte, va de idilio en idilio amoroso y falta de tiempo propio para atender a su rampante carrera como escritora. Tampoco comprende lo contraproducente que, a la postre, resultará hablar abiertamente a sus hijos de sus aventuras amorosas.

Frank y Walt, en medio de tanto disloque personal y familiar, intentarán capear el temporal como puedan. Walt mantendrá su pose ‘cultureta’ mientras ésta no se venga abajo y recibirá los golpes propios de todo principiante en las relaciones con las chicas. Frank, perdido e ignorado, sólo tiene claras su pasión tenística y su rebeldía. El matrimonio, entre tanto, sigue a la deriva como pareja y como padres. Los dos intentarán llenar sus respectivos vacíos: en el caso de Joan, con el profesor de tenis de Frank (William Baldwin), y en el de Bernard, con una alumna de su clase de escritura (Anna Paquin).

La película, con una sucia fotografía perfecta para remitirnos a los años 80 de su historia, contiene mucho de crítica, pero también de disección de algunos de los típicos rasgos de la sociedad norteamericana: la competitividad o el exceso de presión por lograr el éxito profesional, por ejemplo. Pero, sobre todo, la cinta de Noah Baumbach es una corrosiva mirada a la eclosión de una familia de lo más particular que, al término de su breve metraje, es también capaz de tratar con ternura a unos personajes exhibidos sin contemplaciones cuando nos muestra esos defectos que tan reales y humanos los (nos) hacen.