La estructura de la secuencia, como casi todas las de este filme, es perfecta de cabo a rabo. También lo son la elección de planos, los movimientos de cámara y ese ritmo terroríficamente lento para recrear los ademanes y gestos de unos seres conscientes de que sus vidas tienen una corta fecha de caducidad. La tensa calma del comienzo de la secuencia, al igual que en los brillantes títulos de créditos iniciales, precede un acto brutal. La tragedia se cierne sobre la familia McBain, ilusionada por la llegada de la nueva esposa (Jill, una bellísima Claudia Cardinale) del viudo Frank.
Dicen que, cuando se estrenó la película en EE.UU., allí se modificó la escena para evitar que Fonda apareciese como un asesino de niños a sangre fría. Y lo cierto es que Leone era consciente del fuerte impacto que tendría para el público ver a Fonda metido en la piel de este sicario al servicio de un ambicioso empresario del ferrocarril. El italiano, con esta cinta, demostró ser uno de los grandes directores del western, con un estilo personal y reconocible, pero fiel a la leyenda propia de este género típicamente norteamericano. Fonda, por su parte, demostró que, más allá de las convenciones, era un actor soberbio con una sobrada capacidad de registros.
[+] Volontè y su creación del sociópata El Indio