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Los peajes de la industria

Por | 16 diciembre 2006 | Comentar


Eragon es al cine lo que McDonald's a la gastronomía. Comida rápida, de fácil digestión y pobre valor nutritivo. Yo no la salvaría ni como evento palomitero/familiar de cine de centro comercial. Porque, en este caso, los productores de este invento mercadotécnico tienen una cara tan larga como despoblado el cerebro. Deciden hacer un batiburrillo copiando a la notable trilogía de Jackson, a la que el tiempo ubicará en un lugar privilegiado como cine épico de entretenimiento, y a la floja y reciente Las Crónicas de Narnia. El mediocre y previsible resultado es consecuencia directa de la insufrible inercia de los americanos a concebir el cine como una simple industria. Porque, aunque estas cintas sean precisas para sostener el mastodóntico negocio y producir, así, obras más pequeñas pero infinitamente mejores, reniego de la sobreabundancia de filmes de este tipo y de la parafernalia publicitaria y comercial que traen consigo. Al final, más que películas resultan ser franquicias de venta de videojuegos, juguetes o camisetas derivados de un rollo de dos horas y media olvidable al instante.


Título: Eragon
Dirección: Stefen Fangmeier.
País: USA.
Año: 2006.
Duración: 104 min.
Género: Acción, fantástico.
Interpretación: Edward Speleers (Eragon), Jeremy Irons (Brom), Sienna Guillory (Arya), Robert Carlyle (Durza), John Malkovich (rey Galbatorix), Djimon Hounsou (Ajihad), Garrett Hedlund (Murtagh), Joss Stone (Angela).
Guión: Peter Buchman; basado en la novela de Christopher Paolini.
Producción: John David y Wyck Godfrey.
Música: Patrick Doyle.
Fotografía: Hugh Johnson.
Montaje: Roger Barton.
Diseño de producción: Wolf Kroeger.
Vestuario: Kym Barrett.
Estreno en USA: 15 Diciembre 2006.
Estreno en España: 15 Diciembre 2006.
Web: www.eragonmovie.com
La película, como digo, no vale ni para estar entretenido mientras uno se come las pipas. La historia está decorada con los elementos típicos: elfos, dragones y héroes se enfrentan a un oscuro malvado que les sojuzga con la mano de hierro propia de todo caudillo medieval. El bien debe luchar contra el mal, y un elegido, que ahora en lugar de un hobbit portador de un anillo es un rubiales escogido como jinete del último ejemplar de dragón, será la esperanza de los hombres. El joven de rubios cabellos se topa con un huevo y de él nace una cría de dragón que, en un par de aleteos y correrías por el campo, se hace mayor y es capaz de charlar telepáticamente con el mozo. Como es el "elegido", aunque a todos se le antojen un esmirriado para tanta cabalgadura, las fuerzas del mal irán tras él para matarle. Pero sin apenas adiestramiento y, de la noche al día, el chico pilota a su dragón como Alonso un F-1 y comienza a hacer hechizos sin tener ni papa del idioma élfico propio del mundo de la magia. Y este cruce entre Aragorn y Gandalf, que cuenta con la inestimable colaboración de una corte de caballeros y amazonas dispuestos a dar su vida por él, es el héroe construido con esta escandalosa falta del originalidad.

Pero no basta con rodar una historia tan trillada e insulsa, además se filma copiando —en balde— el estilo de otras mucho mejores y plagiando secuencias y planos de manera clamorosa. ¿Cuántas veces habremos visto a un grupo de jinetes ataviados con largas capas cabalgar por el campo mientras la cámara, desde una toma aérea, da un giro de 360 grados a gran velocidad? Muchas, ¿no? Pues Eragon nos sirve otra ración de más de lo mismo. ¿Y por qué será que la fanfarria de fondo que oficia de banda sonora me suena haberla escuchado, pero en versiones infinitamente mejores (como la de Shore), otras decenas de veces? No sé si siquiera es disculpable la implicación en semejante proyecto de actores del talento de Jeremy Irons o John Malkovich. Vale que saquen unos milloncejos extra casi sin despeinarse en el cine comercial de cuando en cuando, pero quizá debieron pensárselo un poco antes de poner sus nombres en los créditos de este despropósito. Porque, sinceramente, su actuación está en consonancia con la pobreza de la del resto del reparto. Y la película no es que me haya defraudado, pues carecía de grandes expectativas, pero sí me ha molestado, como queda claro en estas líneas, por tratarse de una tomadura de pelo de tomo y lomo. No creo que me lo vuelvan a tomar con las secuelas de las próximas Navidades.